Cada año, cientos de empresas repiten el mismo autoengaño:
- Aprueban un presupuesto de formación
- Lo rellenan con cursos genéricos
- Obligan a participar a quien ni entiende por qué hacerlo ni quiere estar ahí
Y luego se sorprenden cuando no pasa absolutamente nada.
Ni compromiso. Ni cambio. Ni resultados.
Solo dinero perdido… y equipos más cínicos.
¿La verdad?
No estás invirtiendo en talento.
Estás comprando (gastando en) actividades.
Estás pagando para sentir que haces algo.
Estás subvencionando la inercia.
¿La prueba?
En muchas formaciones tradicionales, solo aparece el 50% del equipo.
De los que vienen, la mitad no quiere estar.
Y de los que sí asisten… apenas unos pocos aplican lo aprendido.
¿Conclusión?
Estás perdiendo dinero.
Y algo peor: estás perdiendo credibilidad como líder.
Formar por formar es como abonar un terreno sin saber qué vas a cultivar.
Peor aún: a veces riegas malas hierbas.
Un profesional forzado a formarse puede:
– Contaminar al grupo
– Cuestionar decisiones
– Desmotivar a quienes sí quieren avanzar
Pero el problema no es él.
El problema es que nadie le preguntó:
“¿Tú quieres mejorar? ¿Sabes por qué es importante que lo hagas?”
Venimos de una cultura donde desarrollarse era privilegio de unos pocos. Hoy, la supervivencia de tu empresa depende de que todos crezcan.
Y eso exige una nueva estrategia:
- Conocer las verdaderas necesidades de mejora
- Alinear cada desarrollo con retos reales del negocio
- Activar el deseo genuino de crecer
Porque si no conseguimos que quieran participar, aprender y evolucionar… mejor no hacer nada.
Y te lo decimos nosotros, que vivimos de que las empresas inviertan en talento.
Invertir en talento no es formar.
Es provocar ese momento mágico que impulsa tu negocio.
Ese momento clave en el que una persona dice:
“Quiero ser mejor. Y sé para qué.”
¿Estás creando esas condiciones… o solo marcando casillas?