¿Has tenido alguna vez uno de esos pálpitos que te dice “a que esto va a ser así…”, y después has ido a comprobarlo en internet y has acabado por decir “¡lo sabía!”?
Eso me ha pasado hoy.
4.150.000 resultados para confirmarme que cuando hablamos de planificación estratégica, aspectos como visión, innovación o flexibilidad, no cuentan para nada.
De acuerdo, no he revisado los cuatro millones de entradas. Pero el muestreo realizado me ha permitido comprobar que la mentalidad, como tema clave del nuevo entorno VUCA en el que ahora nos movemos, no es nunca tenida en cuenta desde el punto de vista de la planificación y la estrategia.
Se da por hecho que la mentalidad que necesitamos en cada momento, es la que tenemos.
Partimos de la base “estoy enfocando el problema/la situación adecuadamente”.
Es cultural, los millones de resultados encontrados nos dicen que el modo de plantear una estrategia que solucione un problema o permita un crecimiento, es buscar información del contexto, establecer unos objetivos, unas acciones, un seguimiento…
Pero nunca hablan del agente – la persona o equipo – que diseña y realiza estas acciones. Menos, de su mirada, que lo condiciona todo.
Ante el escenario al que cada organización se enfrenta, no se considera ni lo trascendente ni lo crucial de la visión y actitud de este agente.
Dejamos de lado a la madre del cordero.
Y pasamos a encontrarnos, sin ser conscientes, ante un buen problema de base. Porque al no considerar ni revisar esa mirada, caemos, sin pretenderlo, en aplicar consignas del pasado esperando que los resultados sean los que se hubieran dado en aquel contexto. Intentamos responder a un futuro cambiante e inestable con respuestas de un pasado en el que los cambios se daban y eran adoptados, paulatinamente.
Es fácil ver cómo caemos en este error. Por ejemplo, ¿cuántas organizaciones están mirando ya al 2022, e incluso el 2023, cuando aún no se ha acabado el 2021?.
Hacerlo es positivo, sí. Tenemos que tener una mirada permanente en el futuro, correcto.
Pero cuidado, el ritmo del progreso, junto a la globalización, la inestabilidad en los mercados y el cambio climático, nos dicen a todas luces: tu plan puede requerir cambios importantes en cualquier momento.
Y esta es la parte para la que muchas organizaciones no están preparadas.
El triste ejemplo de los palmeros en Canarias nos muestra un caso más en este sentido. Tres meses antes de que Cumbre Vieja erupcionara, nadie podía imaginar tal desenlace.
No hace falta recurrir a ejemplos extremos como la erupción de un volcán. La tecnología, las redes sociales, la investigación médica… todo está en ebullición, y por tanto, todo puede cambiar las reglas del juego en cualquier momento.
En realidad, las reglas están ya en pleno cambio. Como lo muestra el hecho de que estudiosos y teóricos del mundo estén ya hablando de una evolución de la economía de la escasez – en la que nos hemos movido hasta ahora -, hacia una economía de la abundancia, en la que las cuestiones de base poco tienen que ver con las circunstancias que originaron el sistema que conocemos.
No podemos pensar a 3 o 5 años vista, porque ahora, ese es un periodo que está demasiado lejos para planificar. Y sabemos que las situaciones que sucederán durante el camino nos obligarían a romper esos planes e iniciar unos nuevos.
Y no serán cambios vacuos. Las repercusiones se verán reflejadas tanto a nivel interno de la empresa, a un nivel estructural, como a nivel de impacto en el negocio.
El modo de encarar esta realidad impredecible, la mentalidad para estar preparados y abrazar el cambio con naturalidad, es la de pensar en el futuro de forma contínua.
Esto implica comprender el mundo VUCA en el que nos movemos y aprender a ser eficientes y eficaces en él sin desgastarnos y sin sufrir viviéndolo.
De nuevo, es necesaria una mentalidad que funcione en armonía con este entorno y que nos permita hacer las cosas con un nuevo abordaje.
Un abordaje que es nuevo porque implica dejar de hacer lo que hacíamos y nos había funcionado, para aprender a hacerlo de otra forma y con otro espíritu.
¿De qué otra forma? ¿Con qué otro espíritu?
Esta forma y espíritu se encuentran en el modelo de Empresa Líquida. Un modelo que, aún siendo la respuesta al nuevo escenario, supone un auténtico reto para las organizaciones, porque sólo puede alcanzarse si existe una firme comprensión de que el hoy y el futuro requieren de una mentalidad abierta capaz de realizar auténticas revoluciones en las organizaciones.
Pero un modelo, también, cuyos frutos dulces se concentran en la comprensión y articulación de un negocio sostenible que crece, en un entorno plagado de cambios que repentinamente, pueden alterar y hacer saltar por los aires el plan más perfecto.
Nueva forma, nuevo espíritu, y nuevos hábitos.
La realidad es que todo cambio nos lleva a una modificación de nuestros hábitos.
Algunos los adquirimos de forma consciente y otros, son asimilados sin apenas darnos cuenta. El cambio se va dando de manera natural y sólo somos conscientes cuando miramos hacia atrás y decimos: “te acuerdas cuando antes…”
Lo hemos comentado y lo seguiremos comentando, porque es la realidad de lo que sucede: la gran diferencia con otros momentos de la historia está en la velocidad de los cambios.
Y es una diferencia muy significativa, de peso. Porque nos está invitando a que aprendamos a modificar nuestros hábitos al ritmo que avanza el progreso.
Se trata de, con agilidad, romper patrones y dejar de hacer las cosas como venías haciéndolas.
Dar la oportunidad a aprender nuevas maneras que faciliten el encaje con el entorno complejo e imprevisible que cohabitamos.
Volviendo a las planificaciones de las que hablábamos al principio: ¿tiene sentido hacer planificaciones a 2 años vista?
¡Probablemente, no!
Sentido tiene saber el rumbo y el para qué de lo que estás haciendo.
Y esto no todos los CEOs lo están viendo.
En este sentido, la cultura de cada uno, puede ayudar a ser más rápido en el cambio. Por ejemplo, ayer compartía con un CEO procedente de otra cultura, que cuando escucha hablar a sus colegas sobre planes a 5 años vista se sorprende realmente. Para él, lo normal, lo cotidiano, es el cambio, la variación constante. Porque en su país de origen esa es la realidad económica del día a día.
Cuando casi no podemos saber lo que va a pasar mañana, no podemos ser rígidos en nuestros planes. Hay que estar dispuestos a crearlos, casi casi, haciéndolos.
Que no queramos ver las orejas al lobo, no significa que no esté aquí.
Por eso, este CEO acostumbrado a lidiar con el lobo en el día a día, no podía comprender los planes a tres y cinco años vista de los que le hablan otros CEOs conocidos en España.
Planifica a corto plazo y revisa de forma periódica para adaptarte y virar con agilidad antes de que sea demasiado tarde.
Este es el requerimiento para tener una empresa sostenible.
Una estrategia firme que asegure el futuro requiere un presente flexible
Una estrategia firme de futuro tiene que ver con tu propósito, con lo que quieres contribuir con tu organización a la sociedad. El propósito es mucho más que lo que haces y cómo lo vas a hacer.
Una estrategia flexible en el presente es estrictamente necesaria para adaptarte y recibir lo que va sucediendo con inteligencia y aprendizaje, para lograr avanzar más rápido y alcanzar ese crecimiento sostenible en tiempos de incertidumbre.
Y la flexibilidad, tan necesaria, tiene mucho que ver con nuestra relación con la zona de confort.
En la empresa líquida, la zona de confort es estar cómodo fuera de la zona de confort, es estar en continuo movimiento y aprendizaje, es avanzar sobre lo que no existe e innovar constantemente.
Es crucial tener una mentalidad que absorba esta actitud con naturalidad y se enriquezca día a día.
Contamos con la posibilidad real de lograrlo. El cerebro tiene una plasticidad que nos permite hacerlo si lo entrenamos. Y al entrenarlo, al ponerlo en acción mediante desafíos, incrementará su agilidad en cada paso que avance.
El progreso voraz nos lo demuestra cada día, el ser humano tiene una capacidad ilimitada de adaptación, reinvención e innovación.
Ahora toca aprender a ser ágil comprendiendo dónde nos movemos y asumiendo que estar en permanente evolución es la fórmula magistral para lograr organizaciones con crecimiento sostenible en entornos cambiantes.
Lograrlo es dejar atrás unos hábitos aprendidos e incorporar nuevos.
Es por ello que se habla de nuevas formas de hacer, nuevas formas de pensar, de gestionar, de liderar, de nuevas estructuras organizativas y modelos de negocio,…
Parece que todo puede ser nuevo, aunque sería más apropiado si se definiera como una forma distinta de hacer. Sucede sólo que al ser diferente, el ser humano lo interpreta como nuevo, pero es una evolución.
Lograr aceptar e integrar todo ello con valentía nos indica que necesitamos transformar nuestros hábitos. Renunciar a lo que sabemos hacer sin apegarnos a ello, dejarlo marchar, para dar entrada a lo desconocido, nuevo, y necesario para el presente y futuro.
Evolucionar hábitos… y ¡cómo no! a gran velocidad.
El cambio de mentalidad es la entrada al sistema organizacional y la planificación estratégica que permiten la sostenibilidad y crecimiento.
Aceptar e integrar el cambio de mentalidad, la evolución y transformación que nos permite avanzar y progresar en el nuevo entorno.
Y hacerlo con la consciencia de que son demasiados cambios simultáneamente sin espacio para digerir, sólo espacio para absorber, experimentar y aprender lo más rápido posible.
Las personas necesitan ayuda en este proceso. Porque el ser humano no está diseñado para vivir en constante cambio.
Aún así, y con un buen apoyo, se adaptará como lo ha hecho a lo largo de la historia infinidad de veces.