Hay decisiones que se toman con tiempo.
Y otras que llegan… cuando ya no hay nada que decidir.
Decir cosas como: “Vamos a esperar a ver qué pasa”, o: “De momento aguantamos así”, no son simples postergaciones. Son síntomas de una dolencia silenciosa: el liderazgo reactivo.
Ese que se oculta tras la prudencia.
El que delega en el tiempo lo que debería decidir con claridad.
El que, por no incomodar, acaba pagando el coste de la inacción.
En Kainova trabajamos con organizaciones que viven momentos de disrupción profunda: cambios de liderazgo, fusiones, reestructuraciones, crecimiento acelerado.
Y lo vemos una y otra vez: el liderazgo reactivo no solo no sirve. Es peligroso.
Cuando decides actuar, ya es tarde.
Una historia real
Tras tres años de intentos fallidos de transformación, una empresa nos contactó desesperada: “Ya no sabemos qué hacer. ¿Despedimos?”
En tres meses logramos un entusiasmo contagioso.
En 6 meses, la mejor puntuación en la encuesta de clima.
¿La diferencia? Apostaron por liderazgo disruptivo.
Resultado:
Pasamos de un 50% a un 95% del equipo que quería ser parte activa de la nueva visión.
Sin necesidad de despedir a nadie.
El liderazgo disruptivo no reacciona: anticipa.
No necesita conflictos para iniciar conversaciones.
No necesita una crisis para transformar.
No confía en los discursos. Confía en la acción.
No reacciona. Interviene.
No espera.
Escucha y decide.
Se anticipa.
Mantiene un equipo alineado y entusiasta.
La metáfora del casco de bombero
Un líder reactivo es como un jefe de bomberos que solo se pone el casco cuando ve llamas.
Un líder disruptivo lleva siempre puesto el equipo: detecta humo, mide el aire, ajusta la temperatura emocional del equipo.
No apaga incendios. Los previene.