Colisión inminente con el futuro. Cómo evitar una conmoción organizacional.

Un análisis de la historia de la tecnología muestra que el cambio tecnológico es exponencial, al contrario de la visión 'lineal intuitiva' del sentido común. Así que no experimentaremos cien años de progreso en el siglo XXI, sino que serán más como 20.000 años de...

“Un análisis de la historia de la tecnología muestra que el cambio tecnológico es exponencial, al contrario de la visión ‘lineal intuitiva’ del sentido común. Así que no experimentaremos cien años de progreso en el siglo XXI, sino que serán más como 20.000 años de progreso (al ritmo de hoy).”

Raymond Kurzweil (Director de Ingeniería de Google, empresario, inventor y experto en tecnología).


Es un dato impactante.

Estimulante, para los más intrépidos. Abrumador, para los amantes del “sin prisa pero sin pausa”. Y es que, aunque de sin pausa vamos a tener a raudales, eso de sin prisa vamos a tener que dejarlo ya para otros temas…

Este dato nos da una dimensión de la velocidad a la que progresamos. Pasamos a una velocidad media de progreso por año que es 200 veces superior a la que se dio en el siglo XX.

¡Velocidad de vértigo!

Y velocidad con la que, desde luego, no estamos familiarizados, porque es absolutamente nueva para nosotros.

Ante tales estimaciones no puedo evitar que una imagen en particular me venga a la mente.

Al pensar en tanto y tan rápido progreso – ingente progreso, de hecho -, imagino a la humanidad como un gran hormiguero cuya respuesta a tales cambios genera infinidad de movimientos internos que buscan configurar una nueva y más óptima reorganización.

¿Con qué objetivo? Tener la capacidad de responder a cada nueva (y precipitada) situación.

En nuestro hormiguero afectado por un crecimiento exponencial de los cambios, millones de hormigas corren sin descanso arriba y abajo atravesando cámaras y galerías, deshaciendo antiguas relaciones y creando nuevas con el entorno, consigo mismas  y con las demás. Todo ello, con el objetivo de no sucumbir a una constante variación de las circunstancias que amenace su supervivencia.

Y todo ello a la máxima velocidad posible. No hay tiempo para el descanso ni opciones de aminorar la marcha.

Como observadores en ese hormiguero gigante, el siglo XXI supone a nuestros ojos un frenesí de hormigas que corren de un lado a otro caóticamente, sorprendidas con cada nueva embestida que no previeron, desbordadas y exhaustas por un ritmo de cambio al que no consiguen dar a vasto.

La capacidad de las personas de absorber el progreso es lineal, no estamos preparados para ser exponenciales. Sin embargo, estamos en esta transición.

Aprendiendo a gestionarla.

Sin tiempo para gestionarla.

Aprendiendo sobre la marcha.

Pero no podemos ser como las hormigas de ese hormiguero desbordado, improvisando, a cada variación en las circunstancias, sistemas que no alcanzan a dar la talla porque cada nuevo cambio llega antes de verificar y consolidar el sistema precedente.

El sistema con el que contemos en este entorno debe estar a nuestro servicio y no al revés, volviéndonos locos.

Necesitamos un sistema capaz de aportarnos la estabilidad que mental y organizativamente necesitamos. Al tiempo que nos permita desarrollar la capacidad de reaccionar ágil y flexiblemente a los cambios exponenciales – en cantidad y dimensiones – que se vayan dando.

Las empresas más disruptivas del mercado lo han entendido hace ya algunos años. Por eso la innovación y la disrupción son dos de sus características más importantes. Y por eso han aprovechado la tecnología, la información y el talento, para generar soluciones disruptivas y modelos de negocio inexistentes hasta la fecha.

Las hormigas tienen que aprender… con un matiz

Mucho se ha hablado de desaprender y aprender.

Pero, ¿qué tal si en lugar de desaprender, actualizamos los aprendizajes?

Se trata de desarrollar nuestra competencia “aprender”, hacerla crecer aumentando nuestra consciencia de que a partir de ya (de ayer, de hecho), aprender va a ser una construcción mental continua.

Y una construcción hecha a base de “prueba y error” y de innovación. Porque van a ser la constante que nos permita, desde la interacción con el entorno, adquirir los nuevos conocimientos que se van generando a cada paso y avanzar en nuestra comprensión de él. 

Actualizarnos al son al que avanza el entorno con la mirada puesta en el contexto en el que estamos, a la vez que somos conscientes de esa velocidad que tenemos alrededor y que por supuesto, nos afecta.

Tiene una gran ventaja: construir sobre lo que ya tenemos es mucho menos costoso que hacerlo desde cero. Aunque a veces implique vernos obligados a deshacernos de partes de construcción con las que habíamos contado hasta ahora.

Un ejemplo: ¿hemos desaprendido a utilizar el teléfono?

No, simplemente hemos modificado nuestro comportamiento a una forma diferente de comunicarnos que se ha impuesto y, a su vez, nos permite mantener más contactos y con más personas.

Dejamos de llamar por teléfono – y olvidamos los inconvenientes que puede tener en algunas circunstancias – para enviar mensajes que en un momento u otro se leerán y serán respondidos, casi siempre.

Vivir en estado de actualización permanente significa abandonar el “dejarse llevar”, comprender en qué entorno estamos y pasar por ello de reactivos a proactivos.

¿Cuántos años me quedan? Es una buena pregunta ante la disyuntiva de activarse para empezar ya tu actualización o ceder a la tentativa de intentar sobrevivir “con lo puesto”.

En este contexto, tú decides si quieres ser parte de la historia: explorando, descubriendo, innovando, aprendiendo.

Adelantarte a lo que no conoces.

Esta sí es una apuesta ganadora y una apuesta que permite la generación de organizaciones estables.

¿Qué forma tiene un sistema estable?

Un entorno de cambio voraz como el descrito por Ray Kurzweil sólo podemos vivirlo (y sobrevivirlo) desde la innovación, la disrupción y el aprendizaje continuo como actitudes de vida.

Ante lo nuevo aprendo, innovo, creo el contraste, descubro espacios donde todavía no me había movido, quizás no existían… y en todo este proceso, crezco y alcanzo nuevas metas que antes, ni tan siquiera vislumbraba.

Esta es la forma en que generamos la respuesta a este medio de agitación sin tregua.

Si te mueves, me muevo contigo. A tu son.

Desde un punto de vista empresarial, para vivir y disfrutar en el siglo XXI, las organizaciones necesitan personas con esta mirada y espíritu, para articular, desde ellos y en torno al talento, el sistema ágil y flexible que afronta cada cambio como un reto asumible.

En definitiva, para articular una empresa líquida que baile, sin perder el equilibrio ni su centro de gravedad, al ritmo del entorno.

Pero llegamos con lo puesto. Y lo puesto dista mucho de estos criterios.

Necesitamos actualizar – transformar –  nuestros trajes viejos y convertirlos en trajes elásticos que no se rompan ante el cambio veloz y continuo, y que nos ayuden a mantener el equilibrio mientras bailamos.

En la medida en que aportemos las herramientas para esta transformación en las personas que ahora constituyen (o constituímos) nuestras organizaciones, estaremos en el camino de configurar esa empresa líquida cuyo sistema flexible y ágil no recibe los cambios como una embestida, sino como parte natural y estimulante del espacio que habita.

Y empezaremos a observar cómo estructuras que nos parecían inamovibles, o tareas que creíamos sólo podían tener una forma y función, empiezan a caer por su propio peso.

Porque constituyen esos trajes rígidos que se rompen con los nuevos movimientos.

Y porque en este nuevo modelo de estructura organizativa, la apuesta es que cada persona esté en el lugar donde aporte más valor en cada momento.

Necesitamos, pues, trajes flexibles.

Hablamos de lugar y no de posición, porque en una empresa líquida, el concepto jerarquía se diluye para dar paso a un modelo que promueva el talento en acción.

Y lo hace con mecanismos que impulsan la inteligencia colectiva que logra resultados extraordinarios gracias a las sinergias y el afán de alcanzar metas que antes nos hubieran parecido imposibles.

En esta nueva estructura, observamos también que, si bien la especialización es necesaria, no es suficiente para ser ágil.

Su verdadero potencial de crecimiento se halla en comprender que, nutrida con otros conocimientos, genera en el experto mayor capacidad de ser disruptivo en su propia materia.

Así pues, en esta estructura las personas se rodean, para cultivar su talento, de expertos en otras áreas que les nutren con conocimientos, experiencias y habilidades para superarse y generar el máximo de su rendimiento.

Colaborar con otros profesionales con actitud de aprendiz despierta una agilidad mental que invita a querer explorar.

Estamos en un contexto en el que gracias a que las personas se relacionan y trabajan con personas de otros ámbitos, vencen más rápidamente la aversión al cambio y aprenden a sentirse cómodos en la zona mágica (esa zona fuera de la zona de confort que es mágica porque sólo en ella se puede avanzar, aprender, crecer, desarrollarte como persona y profesional).

Eliminación de la rigidez del puesto y sus funciones, uso de la inteligencia colectiva, especialización aumentada por aprendizaje de otras disciplinas, disrupción, desarrollo y crecimiento continuo, actitud exploradora…

Las personas de esta organización ya no son las mismas que llegaron hace tiempo con la idea de cumplir con un listado rígido de tareas.

Su mente se ha abierto, y su creatividad y talento se han liberado para poder aportar, a cada cambio que llega, su mejor versión, enriquecida con el continuo aprendizaje, la inteligencia colectiva y la co-creación.

Poco a poco, la antigua estructura se transforma en otra que permite la agilidad y flexibilidad requeridas. ¿Puedes verlo?

Por eso en este sistema no hay embestidas ante los cambios sino una proactividad que posibilita la estabilidad basada en la aceptación y comprensión del cambio constante.

Un paso más allá de la adaptación al cambio

A menudo, el CEO que tiene claridad en la necesidad de transformar su organización en ágil, flexible e innovadora, para ser sostenible y que contribuya al bienestar de la sociedad, se encuentra una actitud del equipo humano que no responde a la velocidad que necesita.

No es sorprendente por ello, que una encuesta de infojobs apunte que una de las soft skills que más valora en su plantilla el 50% de las empresas sea la adaptación al cambio. También es una de las cualidades más difíciles de encontrar entre los profesionales.

Sin embargo, creo que es importante tener en cuenta un sutil detalle que marca una gran diferencia:

La adaptación al cambio es una cualidad reactiva, pues implica adaptarse a un cambio que ya se ha dado, y lo que nuestro entorno está exigiendo a gritos son cualidades proactivas, ir por delante.

En este sentido, hablemos de:
  • Innovación: La innovación no entiende de adaptación al cambio sino de soñar, imaginar, crear en la mente ideas que puedan trabajarse y llegar a horizontes que aún no se habían explorado.
  • La zona mágica: Una empresa líquida es tener un equipo humano que se siente cómodo y disfruta estando fuera de la zona de confort, en esa zona mágica, bautizada con este nombre por uno de los participantes de un taller, en la que se puede explorar, aprender, crecer, evolucionar y potenciar el talento.

    Cuando las personas empiezan a comprender y disfrutar de la innovación, se entusiasman y despierta en ellas un deseo de estar constantemente aprendiendo, investigando, conociendo e indagando. A los innovadores natos esto ¡nos encanta!, por lo que te permitirá descubrir, viendo sus caras, con cuántos cuentas en tu organización.

  • Flexibilidad: La flexibilidad tiene que ver con la capacidad de aceptar otros puntos de vista con actitud de aprendiz.

    Una mentalidad abierta, flexible y ágil nos lleva a cuestionar menos y a hacer más. A dejar de “defender posturas” y trabajar con mentalidad de científico: hipótesis con la información que tienes hoy, probamos, no funciona, rectificamos. Funciona, lo mejoramos. Y así siempre, iterativamente, incluyendo en cada iteración la nueva información interna y externa.

La velocidad del entorno nos lleva a aprender haciendo, principalmente porque tenemos que descubrir cómo generar una economía circular, cómo convivir humanos y robots, cómo dar soluciones a lo que va sucediendo… y todo es nuevo para nosotros.

En medio de todos estos descubrimientos y aprendizajes, ¿cómo sortear los imprevistos sin resentir el negocio? ¿cómo avanzar con visión estratégica disruptiva y consciente de la realidad del hoy? ¿cómo equilibrar la explotación con la innovación?

Demasiados “como’s” para los que buscar respuestas rápidas.

Las respuestas rápidas no existen, se crean a cada momento si el sistema en el que estás, te lo permite.

El progreso tecnológico, inicialmente surgido para mejorar y facilitar cada vez más nuestras vidas, nos lleva ahora a un punto en el que nos sentimos incómodos, algo perdidos, incluso asustados en algunos casos.

Pero no estamos en un pulso entre él y nuestras organizaciones. Las empresas tendrán la posibilidad de crecer de forma sostenible si toman decisiones y acciones que las preparen para este contexto. Si aceptamos lo que es, lo que implica y las acciones que desde ya, debemos llevar a cabo.

Si no sabes por dónde empezar, esta es una propuesta que podrías considerar seriamente:

  • Define un Plan estratégico que construya una cultura que responda a la necesidad de asegurar tu sostenibilidad en el nuevo entorno.
  • Conoce qué cultura tienes, cuál es la realidad interna de tu empresa y cuáles son los factores externos.
  • En tu plan estratégico integra todas las personas de la organización, todas tienen la oportunidad de aprender continuamente y crecer. Cuantas más puedan aportar, mayor valor podréis obtener.
  • Haz que sea un proyecto continuo que se vaya fraguando con ritmo y sin pausa, y donde ese ritmo va creciendo a medida que las personas aprenden a disfrutar de la zona mágica y de la magia que se genera en resultados.
  • Crea una cultura innovadora gracias a un equipo humano entusiasta y con una densidad de talento en ebullición que les lleve a ser imparables.

Sin miedo y con tu organización en marcha para disfrutar de una trepidante época tecnológica, ¡Bienvenid@ a la nueva era de las empresas líquidas!

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